jueves, 10 de diciembre de 2020

BURBUJA MORTAL. EL FINAL AGÓNICO DE LA PESCA EN SENEGAL

    


    Año 2017, Lisboa. Vítor Ganchinho, el gerente de la empresa Go Fishing nos invitó a mi compañero de pesca con caña habitual (Raúl Gil) y a mí para impartir un curso sobre pesca deportiva moderna con señuelos artificiales. Durante la comida, Vítor nos habló maravillas sobre los fondos marinos de Senegal, donde llevaba un par de décadas veraneando, practicando snorkel y pesca submarina junto a un amigo nativo, Cherif Sow, un verdadero atleta capaz de hacer apneas a más de 40 metros de profundidad. Nos enseñó tantas fotos y vídeos de aquellas aguas que sentimos la necesidad de acudir allí a probar suerte con nuestras cañas de pescar, pues tanto Raúl como yo somos unos verdaderos enfermos de la pesca deportiva, haciendo frecuentes colaboraciones con revistas de pesca o televisión, documentando tanto nuestras vivencias nacionales como las aventuras internacionales. Y así es como se gestó nuestro primer viaje de pesca deportiva a Senegal, cerca de Dakar, concretamente a la localidad de N´gor. La idea inicial era grabar un buen documental para el Canal Caza y Pesca de Movistar +, pues sabíamos de la presencia de muchos peces de gran tamaño, ya que nuestro amigo portugués nos había enseñado muchos vídeos de pesca submarina grabados apenas un par de años antes, y todo apuntaba a que habría un buen espectáculo deportivo digno de ser filmado y mostrado al público, por lo que se sumaría a la expedición un cámara leonés (Carlos Rodríguez, de Producciones Bicho), un biólogo muy curtido en estas lides con el que ya hemos compartido más de una aventura.

Cherif fue el encargado de recogernos en el aeropuerto de Dakar en un caluroso mes de Julio. Vítor ya estaba allí, alojado con su familia en el lujoso Club Med, mientras que nosotros nos apañaríamos en una habitación de una casa de N´gor, desde donde partiríamos a pescar en barca. La casa era de un familiar de Cherif, la típica casa africana "moderna" hecha de bloques sin enlucir ni pintar, en la que la familia vivía abajo y nosotros ocupábamos el piso superior, en compañía de los peligrosos mosquitos (en la zona hay riesgo de contraer malaria, por supuesto). La cuestión es que la imagen que se visualizaba desde la terraza de nuestra casa en plena noche ya nos daba una idea de lo que nos encontraríamos con la luz del día; en la oscuridad del mar se veían luces sumergidas, linternas que se movían en todas direcciones y denotaban la presencia de gente buceando tratando de pescar algún pequeño lábrido o pez globo que durmiera entre las rocas. Era sugerente pensar que si hubiera bastante pescado la gente no se molestaría en adentrarse así en la oscuridad del océano por unos pececillos sin aparente valor comercial... El amanecer ofrecía una bella estampa en el cielo rojizo africano, con numerosos milanos volando a muy pocos metros de nuestras cabezas sobre los tejados del destartalado poblado marinero, si bien al mirar hacia abajo el mar no parecía expresar lo mismo, estando absolutamente falto de vida y lleno de plásticos flotando, otro de los problemas del mundo moderno que se enfatiza en los países "en vías de desarrollo". Cherif acudió con Vítor para guiarnos entre las callejuelas de N´Gor al punto de partida de las embarcaciones. La gente se mostraba tan amable como en toda África, aunque es cierto que los senegaleses son especialmente amigables, y más de uno hablaba o chapurreaba el español, bien por que tenía algún familiar en la Península o por que estaba preparándose para tratar de llegar allí en un futuro no muy lejano si la cosa no pintaba bien en su país. Por las calles, se respiraba una mezcla del África que conocemos con la modernidad, con sus pollos y cabras sueltos por las calles de arena que chocaba con la imagen de algunos coches y motos nuevos o gente "whatsapeando" desde sus lujosos iphone. Los primeros rayos del Sol nos mostrarían la escalofriante imagen de decenas y decenas de botellas de aire preparadas en la playa para ser cargadas a bordo de los "kayucos" que transportaban a los buceadores encargados de hacer la pesca. El sonoro ruido de un compresor de aire emanaba de una de las casas de primera línea, de donde salía un sinfín de botellas medio oxidadas que se iban depositando en la arena para ser cargadas por los buceadores apresuradamente, dando paso a un nuevo barco que cargar. Llamaba poderosamente la atención la escasa potencia de los motores, con 10 cv en el mejor de los casos, pero que era más que suficiente para mover con rapidez a este tipo de embarcaciones tan estrechas, a modo de piraguas. Había cientos de embarcaciones bellamente decoradas, pero es cierto que yacían sobre la arena y tan sólo los buceadores se hacían a la mar, algo que por noveles en este territorio nos parecía "normal", pero que tan pronto como nos hicimos a la mar en nuestra barca "del primer mundo" entenderíamos a la perfección.

Nuestra primera salida de pesca deportiva se resume a un pez semi pelágico (serviola) que capturamos en torno a un pecio sumergido a 65 metros de profundidad, un bagaje muy pobre para unos pescadores bien experimentados y unas aguas tan presuntuosamente ricas como se nos había enseñado en vídeos submarinos. Cerca de la costa apenas se podía encontrar algún pez pequeño, por eso Cherif nos llevó a esos pecios profundos, donde sabía que podía quedar algo grande. Nos explicó como esta gente -los buzos con botella- había esquilmado la pesca en aguas someras al entrar en juego algún español que compraba los meros a 3,5 euros el kilo, para venderlos en España a más de 50. En dos años se había creado un especie de burbuja en torno a la pesca submarina, y se apreciaba un poder adquisitivo que distaba mucho de la pobreza que se percibe en otras zonas de África no tan lejanas. La cuestión es que, una vez acabado el pescado en superficie, tocaba bajar a muchos metros, cambiando la apnea por las bombonas, llegando cada vez más hondo. Para cualquier europeo un descenso y/o ascenso a más de 60 metros de profundidad sin descompresión sería mortal. Sin embargo, los senegaleses me demostraron que son "de otra cepa", y lo hacían a diario, aunque no en vano todas las semanas había alguna muerte, pues la carencia de pesca les hacía tener que arriesgar cada vez más. La pesca se acaba, y el senegalés busca cada vez más lejos, colándose furtivamente en los países vecinos, que aún tienen más pesca, como Mauritania o Guinea Bissau, realizando travesías de más de un centenar de kilómetros al día a bordo de una piragua de madera aderezada por un solo pequeño motor fueraborda, y viendo cómo la misma mano que le da de comer lleva tatuada una calavera...


N´Gor. Mientras esperamos a la barca, van cargando una piragua tras otra de botellas de aire. 

El segundo día de pesca lo dedicaríamos a los pelágicos de aguas abiertas, del estilo del pez vela, atún de aleta amarilla o la llampuga (dorado). Más de cien kilómetros de travesía pesquera sin ver rastro de estos peces se antojaba poco halagüeño, aunque nos costaba resignarnos a malograr este viaje. La visión de un barco factoría coreano en torno a unos delfines sirvió para que Cherif nos explicara que, según él, su estadio de fútbol fue un "regalo de los coreanos" que debe tener bastante que ver con que no pescásemos ningún pelágico, cuando estas aguas fueron de las más famosas del mundo por su riqueza en estas especies apenas dos o tres décadas atrás, cuando había un floreciente turismo de pesca deportiva de altura. No en vano, la embarcación en la que navegábamos había sido malvendida por un francés que hacía salidas de pesca y se marchaba del país definitivamente, tal y como estaba haciendo en la actualidad otra empresa similar, Atlantic Evasion, con cuyo gerente pudimos conversar antes de que trasladara su negocio definitivamente a Guinea Bissau, donde ya llevaba años operando. Los acuerdos de pesca comercial "sostenible" de Senegal con la Unión Europea, China o Corea del Sur sólo han servido para empobrecer sobremanera a una sociedad que vivía claramente mirando al mar, y así lo pudimos comprobar de primera mano. El tercer día lo dedicaríamos a hacer algo de turismo en el famoso Lago Rosa y visitar el mercado de pescado de Dakar, que no haría otra cosa que confirmar nuestros temores: se acaba el pescado en Senegal. Fue sorprendente ver la magnitud del mercado, toda vez que a duras penas se podía ver algún pez de cierta entidad o valor culinario. Cientos de personas comerciaban tras la línea de coloridas piraguas hacinadas en orden en una playa llena de suciedad y con olor a aguas fecales. Pese a la magnitud del mercado, apenas un pez vela y unos cuantos pargos eran atractivos desde el punto de vista deportivo o gastronómico. La mayoría de puestos ofrecían una visión espeluznante, con peces globo y pequeños pámpanos africanos en el mejor de los casos, peces que en la vecina -y pobre- Mauritania son descartados hoy en día. Ni rastro de los últimos meros que se están pescando, y es que esos no pasan por el mercado, pues ya sabemos que marchan para Europa, igual que sucede con las corvinas en la vecina Mauritania, un país que conocemos muy bien, y que sigue el rumbo de Senegal en lo que a sobre pesca se refiere, habiendo observado cambios drásticos en las especies en tan sólo los últimos 10 años. La primera vez que visitamos el Parque Nacional del Banc d´Arguin conseguimos sin dificultad pescar 35 especies diferentes de peces y los cartilaginosos (guitarras, pastinacas, mantelinas y pequeños tiburones de tres especies diferentes) eran extremadamente abundantes. Actualmente cuesta hacerse con más de una decena de especies y hace dos años que no hemos visto ningún tiburón, algo realmente insólito. Fuera del Parque Nacional, los barcos arrastreros campan a sus anchas día y noche, puede verse el resplandor de sus luces en la oscuridad del desierto desde la única carretera asfaltada que atraviesa el país. En el Parque Nacional los Imraguen, que hacían pesca sostenible de unos abundantes mugílidos con unos medios muy rudimentarios, actualmente se dedican a pescar la cúspide de la pirámide trófica, arrasando con los tiburones (he visto fosos enteros de ellos desprovistos de aletas -el prohibido finning-) y las corvinas gigantes, todo motivado por la demanda asiática y europea, respectivamente. Aun así, Mauritania tiene mucho más pescado que Senegal (con el área costera protegida más importante de África y bastas áreas de desierto totalmente despobladas) , lo que propicia las incursiones furtivas de pescadores de Senegal desde San Luis hacia el Norte, habiendo llegado a tener un serio conflicto diplomático entre ambos países después de que unos policías mauritanos abatiesen a disparos a dos pescadores senegaleses en 2018.



Pero, volviendo a la crónica de nuestro viaje a Senegal y con la misión de filmar algo de pesca deportiva para la televisión, decidimos hacer un esfuerzo extra para tratar de llegar a algún sitio menos pescado. Vítor nos propuso viajar a Saly, a unos 100 Km al Sur, donde tomaríamos otra barca para ir a pescar a un área rocosa muy lejana (unos 70 Km mar adentro) donde abundaban los meros y abades e incluso los pargos. Cherif nos contaba que descubrieron esta roca por que era tal la acumulación de pargos que había durante el Verano que se veía el agua roja, y así la descubrieron los senegaleses que estaban navegando a pescar a Guinea Bissau, si bien a duras penas queda algún pargo actualmente, aunque la gran cantidad de agujeros de esta roca debía albergar una gran población de meros y abades, con un pez en cada agujero tal y como nos enseñaron en las filmaciones relativamente recientes. Vítor estaba totalmente convencido de que en esta zona pescaríamos, y pusimos rumbo a las marcas que Cherif conocía, no sin antes pescar un buen dorado al primer lance junto a una boya metereológica, y es que bien es sabido que a estos peces les atrae cualquier objeto flotante. Proseguimos nuestro tedioso camino hacia la roca sumergida llena de meros, una roca a modo de queso gruyere donde cada agujero servía de morada a su pez. Sin embargo, en la lejanía, varias piraguas flotaban en la misma dirección que marcaba nuestro GPS de mano. A medida que nos acercamos, Cherif empezó a reconocer a la gente de las piraguas, vecinos de N´gor, con un tipo dirigiendo la barca y tres o cuatro buceadores con fusil en el agua. Nuestro ánimo por los suelos, viendo cómo se llevaban los últimos meros de Senegal, peces de apenas 2 a 5 kilos, muy pequeños para ser meros. 


Año 2017. Los últimos meros de Senegal estaban a muchos kilómetros y profundidad de la costa. Poco debe quedar ya de aquello. 

Los pescadores iban ataviados con trajes de neopreno, aderezados por un cuerno de cabra que hacía las veces de amuleto, muy necesario cuando bajas a fondos de 40 a 60 metros sin hacer descompresión. Cualquier europeo tendría un percance mortal en un lance de estas características, pero el senegalés es un verdadero portento físico y es capaz de las cosas más inverosímiles, como ya nos mostró Cherif con sus apneas de 1:40 segundos para bajar y subir 40 metros como si nada a por la cena. Fuimos testigos en directo de cómo esta gente se juega la vida, empujados al abismo por los europeos. Alguno muere en estos lances (nos comentan que uno a la semana aproximadamente), y no hablemos de un fallo mecánico o mal cálculo de gasolina a cientos de kilómetros de su base y sin ningún elemento de seguridad ni cobertura de la red de telefonía. Pero la pregunta que se me antojó es ¿y después qué? En N´gor se apreciaba la burbuja económica de la pesca con fusil. Las familias se habían enriquecido mucho en poco tiempo y ello se había trasladado a la economía circundante, se notaba en una sociedad -la africana en general- que nunca piensa en el mañana, en el ahorro o la inversión, y que cuando tiene, gasta. Había coches nuevos, motos lustrosas, buenos teléfonos de última generación y casas de construcción reciente. Sin embargo, la burbuja estaba a punto de estallar en un país en el que no hay mucho más donde elegir. El pan para hoy se acaba, llega el hambre del mañana, y yo como europeo me siento culpable directo de ello. El "primer mundo" sigue viviendo a costa del "tercero" y, en el caso de las sociedades que viven del mar, se acerca una crisis alimentaria y migratoria sin precedentes, y no hacemos nada por remediarlo, sino que lo agravamos. Estuvimos en la mítica playa de Yoff, donde yace una gran piragua en mal estado que se construyó hace unos años para llegar a las Canarias. Me pregunto por cuánto tiempo seguirá estando ahí, en desuso, y si se dejará entrar a Europa a las personas con la misma facilidad que entran los meros senegaleses o las corvinas, sepias y pulpos mauritanos.

Patera utilizada hace años para ir a Canarias. La duda en 2017 era cuánto tiempo faltaría para la crisis humanitaria que volviera a forzar a construir este tipo de barcas. Ahora, ya lo sabemos. 

Autor: Antonio Pradillo Carrasco, 2018

Fotografías: Raúl Gil, Producciones Bicho y autor.

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